Entrevista a don José Manuel Liaño Flores. REFERENTES®

También ENTREVISTA PARA REFERENTES®

de LETRADOX®

 

al Excmo. Sr. Don José Manuel Liaño Flores

 

Entrevista Liaño Flores

 

José Manuel Liaño Flores nació en Monforte de Lemos (Lugo) el 15 de noviembre de 1921.

Estudió Derecho en la Universidad de Santiago e ingresó por oposición en la carrera judicial en 1946, desempeñando el cargo de Juez en varios Partidos Judiciales.

Es el abogado en ejercicio más longevo de España.

Es Académico de la Real Academia Gallega de Jurisprudencia y Legislación.

Posee la Cruz Distinguida de San Raimundo de Peñafort, Encomienda de la Orden del Mérito Agrícola en 1958 y la Medalla al Mérito del Ilustre Colegio de Abogados de La Coruña. Ha obtenido el Premio “Pérez Lugín”.

Fue Procurador en Cortes por La Coruña, Alcalde de esta ciudad así como miembro del  Consello Social de la Universidad de A Coruña.

 Ha realizado numerosos artículos jurídicos y literarios.

 ENTREVISTA

 

«1.- ¿Quiénes han sido sus referentes, personas a las que ha admirado o admira y que le han servido de inspiración en su vida profesional? 

 

En aquella época había algunos abogados de gran renombre, como Manuel Iglesias Corral, José Luis Pérez-Cepeda, Sebastián Martínez Risco, Juan Morros Sardá, Antonio Pedreira Ríos, Benito Blanco-Rajoy, Rubio de la Peña, Servando Núñez Macías y otros más que dieron buena cuenta en vida de su prestigio y categoría.

2.- Usted cambió el ejercicio de la judicatura por la abogacía; ¿ qué le llevó a tomar esa decisión? 

 

Dejando al margen aspectos puramente personales, puedo decir de mí que soy, por encima de todo, un abogado.

Lo que pronto descubrí que quise ser. Aún recuerdo la fascinación que me producía la lectura casual de los libros de Derecho de mis compañeros, cuando, recién acabada la guerra civil, empecé a estudiar Filosofía y Letras, y cómo decidí explorar y cursar los estudios de Derecho.

Había asignaturas comunes en Derecho y Filosofía que me sirvieron para formar idea definitiva de los estudios que llevé a cabo en la carrera de Derecho a la que pasé a estudiar definitivamente por libre y terminé la Abogacía en 1942.

 Inmediatamente me puse a preparar las oposiciones a Juez, que aprobé en la primera convocatoria a la que me presenté desempeñando este cargo en varios Juzgados.

Entonces la carrera judicial estaba formada por jueces y magistrados de entrada, ascenso y término, y cada juzgado se asignaba a una de estas escalas.

En la actualidad, los nuevos jueces pasan un año en la Escuela Judicial y, después, hacen prácticas en un juzgado.

Nosotros pasábamos a desempeñar el cargo inmediatamente después de superar la oposición.

Al ser tan jóvenes y sin experiencia, entre los paisanos era común un dicho: “Dios nos libre de juez de entrada y de dormir con la criada”.

Después de unos años ejerciendo la judicatura, comprendí que me llamaba más la atención el aire libre de la abogacía, que te obliga a entrar y salir en un trasiego entre la quietud de las leyes y el dinamismo de la realidad social, es decir, entre los hechos y el Derecho:

si el juez debe abducir la realidad dentro de los cuadros legales y jurídicos, el abogado más bien pugna por abrir esos cuadros para que la realidad no se desfigure entre los artificios de la prueba, la rigidez de los conceptos y la inercia de los precedentes jurisprudenciales. En la profesión de abogado empieza la verdad del Derecho.

Nosotros facilitamos la tarea de los jueces, que finalizará con la toma de una decisión a través de una sentencia después del trabajo de preparación, análisis, estudio y razonamiento aportado por los letrados, además del estudio que el juez tiene que realizar.

Tantos años después, puedo decir que creo que fue una buena decisión la que tomé.

3.- Ha dicho en alguna ocasión que el Derecho debe estar atento a los cambios constantes que se generan; es vida práctica o letra muerta.

¿Cómo valora la evolución del Derecho? ¿Cree que la técnica legislativa y el carácter de perdurabilidad de la norma que existía en el s.XIX (ejem. Código Civil) se mantiene hoy en día?  ¿considera que existe una desproporcionada producción legislativa? 

 

            Los que podemos ubicarnos en nuestros recuerdos nos damos cuenta de cuánto ha cambiado nuestro físico y que nuestro entorno no es el mismo; pero si hacemos la comparación de la Ley que entonces estudiamos con la que ahora manejamos, nos damos cuenta de que es muy difícil que en cualquier otro momento histórico las cosas hayan cambiado tanto y tan profundamente.

Aquellas Leyes Fundamentales del Reino dieron paso a una Constitución consensuada que establecía un «orden público» radicalmente nuevo con valores y principios que no solo cambiaron la vida política, sino también importantes aspectos del ordenamiento jurídico, que van desde las relaciones familiares y sucesorias hasta el derecho constitucional; de la fiscalidad al contrato de trabajo; y del derecho inmobiliario, urbanístico y medioambiental.

 Fue un cambio legal trascendente que inundó bibliotecas, bufetes de abogados y tribunales.

En efecto, en aquella obra de García de Enterría sobre el “valor normativo” de la Constitución en la que se ofrecían argumentos contundentes a favor de la posibilidad de invocar directamente las normas constitucionales en una Corte o Tribunal, hubo un “aluvión de noticias” sobre la Ley de Codificación. XIX. Jueces, Abogados y Académicos comenzaron a mirar los preceptos legales no solo como piezas de un Código, sino también como componentes de un procedimiento normativo diferente, con valores que debían ser tomados en cuenta para la exégesis de las normas jurídicas.

Por su parte, la Corte Constitucional, además de resolver los conflictos de constitucionalidad de las leyes, ha generado una trascendente jurisprudencia sobre derechos fundamentales y garantías procesales, que establecieron las bases de una nueva arquitectura jurídica en el mundo de la contratación, el proceso, la regulación del mercado y la administración.

La aprobación del Estatuto de Autonomía de Galicia y el desarrollo del Estado de las Autonomías con la atribución a nuestra Comunidad Autónoma de competencia legislativa para la conservación y modificación de nuestra Ley Foral dio lugar a un conjunto de normas adaptadas a nuestras singularidades, e intensificó el pluralismo de fuentes dentro del derecho privado, lo que conlleva ventajas, pero también complejidad, que no podemos ignorar.

Debo referirme también al enorme impacto jurídico de la incorporación de España a la entonces CEE y actual UE pues suponía no sólo la aplicación de unas normas de origen europeo añadidas a nuestro derecho, sino también la propia noción de orden jurídico con sus principios, su jerarquía de fuentes, sus reglas de entrelazamiento con derechos nacionales y Tribunal propio.

Ahora tenemos claro que no se puede concebir nuestro derecho sin considerarlo como un sistema más complejo.

Están las sentencias del Tribunal de Justicia de la Unión Europea y las del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, que modificaron la página a las doctrinas jurisprudenciales de nuestro Tribunal Supremo e incluso de nuestro Tribunal Constitucional. También los Reglamentos y Directivas europeos sobre cuestiones tan importantes como la protección del consumidor, la responsabilidad por productos defectuosos, la propiedad intelectual, el derecho de sociedades, el derecho de la competencia, los instrumentos de cooperación jurídica internacional, el derecho de sucesiones e incluso la contratación pública.

Los diferentes ordenamientos jurídicos europeos se han puesto en contacto, se han identificado similitudes y diferencias, y hoy conocemos mucho más el anglosajón y el francés, que hace unas décadas.

El derecho comparado ya no es solo una erudición académica, sino un método necesario para la adopción e interpretación de normas jurídicas con vocación de ser transpuestas y aplicadas a una amplia variedad de sistemas nacionales. Ya estamos acostumbrados a leer sentencias del Tribunal de Justicia de la UE, y no nos parece un «órgano extraño».

Nuestra mente como juristas se ha abierto a lógicas y estilos diferentes, a tradiciones históricas tan diferentes; y esto es sin duda un factor de progreso pero también de complejidad: era más fácil “conocer los Códigos”, pero ahora se necesitan otras fuentes de sabiduría.

La universalización mercantil, además de la inmigración, nos pone en un clima cada vez más difícil, porque nuestras empresas compiten con las de América, Asia y África, y para ello es necesario adaptar el mercado laboral, la fiscalidad y otros principios que veíamos como seguros en el nivel puramente estatal y están siendo reemplazados por una creciente liberalización.

 El marco jurídico de la contratación internacional y de las operaciones comerciales geográficas globales escapa a nuestra identidad jurídica, a lo que se suma el complemento del arbitraje, que somete las relaciones contractuales a laudos que siguen una lógica jurídica muy particular.

Al mismo tiempo, la llegada de migrantes de diferentes países fuerza nuestras costumbres en mayor medida que el “orden público”, que solo engloba los principios más básicos de nuestra cultura.

La consistencia de un ordenamiento jurídico no depende solo de tener “buenas leyes”, sino de una cultura jurídica bien asumida, de la perfección de las reglas y los dogmas, la crítica de la producción legislativa y jurisprudencial, y el pensamiento jurídico en general, son tareas que merecen la pena sobre todo en periodos de transformaciones tan profundas.

La función de la ciencia del Derecho es imprescindible como instrumento de civilización: llegar a comprender la importancia del cuidado y reciclaje de los criterios de la argumentación jurídica, de la preparación de los conceptos doctrinales a utilizar por el legislador y de la crítica científica, para que la proliferación legislativa de nuestro tiempo no se nos atragante.

 

4.- En muchas ocasiones ha destacado la Función social de la abogacía. Ud. ha dicho “Estoy convencido de que una de las funciones de las Leyes es la de tejer una red resistente que ofrezca resortes a la sociedad civil frente al voluntarismo de los poderes públicos, y que le permita disponer de un marco estable de referencia para sus transacciones y su vida civil.

Yo creo que en esta lucha también está la Abogacía; porque en la medida en que una sociedad cuente con Juristas bien preparados, será una sociedad más próspera y más estable”

 

¿A día de hoy considera que la abogacía cuenta con juristas bien preparados que puedan cumplir esa función social? ¿Qué se podría mejorar?

 

Solo puedo responder diciendo que un abogado es un experto en Derecho que ha de ofrecer soluciones ante un tribunal.

Aunque en cada pleito el abogado, sin duda, se debe al interés de su cliente, más que a la ley, tengo que decir que el resultado global, después de un largo recorrido en las “corredoiras” legales, es mi convicción en el valor del Derecho, concebido como un patrimonio social de reglas y criterios civilizatorios.

No hay sociedad sana, ni democracia, ni prosperidad, sin un Derecho que sujete el entramado.

Por eso, pese a tantas decepciones singulares por las que se atraviesa ocasionalmente, soy un ferviente convencido del valor de la ley, del Derecho y de la Administración de Justicia.

Incluso de las leyes que no me gustan, y pese a la proliferación legislativa de nuestro tiempo.

 Hay muchas estrecheces, lo sé, en la Administración de Justicia, pero ¿qué seríamos, no ya los abogados, sino los ciudadanos, sin un Estado de Derecho que ponga límites a la arbitrariedad, y sin una Justicia al servicio de sus derechos?

5.- ¿Considera que su formación jurídica y su experiencia en la abogacía le sirvió para las medidas vanguardistas, pioneras y creativas que implementó en algún aspecto en su labor como regidor público? 

 

La política ha completado mi perspectiva como abogado con una visión peculiar de los procesos sociales, y me ha hecho ser consciente del dificilísimo tránsito que media desde una buena idea hasta su realización para mejorar la vida de la gente.

Como concejal, como diputado provincial, como procurador en Cortes, y sobre todo como Alcalde de La Coruña en plena transición política, pude experimentar la complejidad de la toma de decisiones, de la gestión de iniciativas, de la selección y persecución de objetivos.

He de decir que, junto a algún ambicioso proceso de transformación urbanística de la ciudad y determinadas realizaciones en materia de infraestructuras y equipamientos, quizás el mejor recuerdo que conservo de mi paso por la Alcaldía de La Coruña sea una iniciativa personal que me permitió abrir los ojos a la realidad cotidiana de mi querida ciudad, y a su “letra pequeña”.

 Me refiero a lo que se dio en llamar por la prensa “Los lunes del Alcalde”, porque en ese día de la semana y en horas de la tarde, me dedicaba exclusivamente a atender personalmente en la Alcaldía a cualquier ciudadano que lo solicitase sin más que exhibir el DNI, para exponer su problema, sin haber pedido cita con anterioridad.

Otra cosa era naturalmente la audiencia privada en asuntos que así lo requerían y para lo que se utilizaban los trámites normales.

De la repercusión popular y favorable de esta medida lo refleja el hecho de que fueran centenares las visitas realizadas, cuya duración a veces se extendía hasta altas horas de la madrugada.

Ahora pienso que aquello no era sino un reflejo condicionado por mi vocación de abogado: buscar el contacto directo con el ciudadano que necesita ayuda para resolver un problema.

6.- Ud. ha sido un testigo excepcional a lo largo de varias décadas de la implementación de las nuevas tecnologías en la Justicia y ha vivido la evolución de la digitalización en la labor diaria de la abogacía. 

¿Cómo ha afrontado estos cambios y desafíos? 

 

Los que teníamos como herramientas principales los tomos de Aranzadi, el Brocá y Majada, los manuales más clásicos, las leyes civiles y penales de Medina y Marañon y unos cuantos códigos, en aquella justicia artesanal de los años 40 y 50 y 60, debimos adaptarnos a un Derecho que de pronto se modernizó, se constitucionalizó, se descodificó, se ramificó de manera exuberante, se autonomizó, se europeizó, y se digitalizó.

Ahí llegaron las bases de datos jurisprudenciales y legislativas que al principio nos parecían una rareza, y los blogs jurídicos en los que se encuentra de todo, lo bueno y lo malo mezclado.

Del papel de calco se transitó al envío por Lexnet, pasando por la fotocopiadora, el fax, la impresora y el envío telemático; de la pasantía paciente que servía para la transmisión no sólo de los conocimientos, sino también del oficio, al máster profesionalizante; del abogado generalista a la superespecialización.

Sobre todo, del protagonismo del abogado se ha pasado al protagonismo del despacho.

Antes se comenzaba encargando una placa e imprimiendo tarjetas de visita, y ahora enviando el curriculum.

 La organización, la distribución de tareas, la especialización cada vez más minimalista, acordes con la complejidad de un Derecho desbordado y sectorializado, marcan hoy el modo de ser de la abogacía.

Quizás en exceso, porque si es cierto que para determinado tipo de asuntos y de clientes los grandes despachos ofrecen las mejores prestaciones, hay otro mundo de litigios y pleitos en los que la confianza personal y directa entre el abogado, sus colaboradores y el cliente son el entorno más adecuado.

En todo caso, es importante que las señas de identidad de esta profesión permanezcan incólumes: Un abogado no es un comercial, ni un investigador, ni un redactor, ni tampoco un programador informático. Un abogado es un experto en Derecho que ha de ofrecer soluciones defendibles ante un tribunal.

El caso es que, a lo largo de mis 76 años de ejercicio, he podido asistir a un colosal proceso de transformación de la abogacía, paralelo a la evolución del Derecho, de la economía, de la cultura y de la sociedad.

La continua adaptación a tantos cambios no es fácil, pero la suerte fue que dispuse de una brújula para orientarme: no sé si llamar a esa brújula “instinto”, o “vocación” de abogado.

He vivido con pasión el ejercicio de esta noble profesión, he recibido muchas satisfacciones, no he dejado de encontrarle sentido, y eso ayuda a superar los cantos de sirena que, a veces, me tentaron diciéndome que mi tiempo había pasado y que ya debía dejarlo.

No les hice caso: todavía le encuentro sentido a seguir, porque aún encuentro sentido a dar lo que me queda en asuntos para los que la experiencia acumulada es más útil que el vigor y la añorada plenitud de facultades.

Ha merecido la pena este continuo esfuerzo de adaptación al que tantos nos hemos visto sometidos.

7.-Al igual que el aforismo latino “prior tempore potior iure” ¿cree que el mantenerse activo y estar en constante formación es estar también a la vanguardia y mejor preparado para el ejercicio de la abogacía?

 

            El abogado durante su vida profesional tiene que aprender, que estudiar continuamente, no basta con la habilidad en el forcejeo:

el buen abogado no es el que más enreda, sino el que sabe situarse en el mapa del Derecho, el que conoce la jurisprudencia y sabe discriminar lo valioso de entre la hojarasca de lo que encuentra en las bases de datos, el que sabe distinguir los principios jurídicos, sólidos y duraderos, de las ocurrencias.

 No siempre es fácil, porque muchas veces las ideas subjetivas más inconsistentes vienen expresadas con palabras graves.

8.- Desde su relevante trayectoria profesional, ¿qué consejo daría a los juristas que están leyendo esta entrevista?. 

 

Les diria que mi vida ha quedado marcada por esta dedicación.

Alguna vez he dicho que la abogacía ha sido el eje principal de mi vida; ser abogado, y serlo de largo recorrido, le ofrece a uno una peculiar y privilegiada, perspectiva sobre la sociedad y la justicia.

Esto lo he ido comprendiendo con el tiempo.

No solo se ven las cumbres (es decir, las sentencias), sino también los valles.

 Sin los valles, donde se forma la “infrahistoria”, no hay agricultura, decía Ortega y Gasset.

Son 76 años viviendo en contacto con dramas humanos, con mezquindades, con grandezas.

Con la naturaleza humana en situaciones por lo general tensas y difíciles.

 Y todo ello en bruto, cara a cara, como un confidente al que le cuentan lo que debe saberse y lo que no.

A un abogado se va a descargar un problema y a pedir ayuda.

Cada uno de los miles de clientes que se han sentado frente a mí para encomendarme un asunto ha traído a mi vida “un renglón torcido” del texto de la vida.

Cuando todo va bien no se acude al abogado a contárselo.

Por eso la visión de un abogado es peculiar: acaba acostumbrándose a los accidentes de los demás, a los fracasos, a los errores, al cálculo equivocado, a lo que no se había previsto.

A una pugna de intereses que hay que intentar conciliar o disputar.

 Son, queridos abogados jóvenes, los “renglones torcidos”, sobre los que incesantemente hay que escribir una historia derecha.

 Por eso al Derecho se le llama Derecho.

Probablemente esta puede ser vuestra mayor contribución a la Justicia: si la Justicia se nutre del juicio, de la controversia, del cruce de argumentos jurídicos o probatorios, el abogado es quien suministra este alimento.

Cada encargo profesional es el endoso de un problema.

Y la primera y fascinante tarea del abogado es la de traductor: entender cuál es el problema, ponerle nombre en Derecho y contrastarlo con las categorías jurídicas, que no son sino monumentos construidos con las piedras en las que otros han venido tropezando.

Esa primera entrevista con el cliente, cuando aún no sabes si te va a hablar de una letra de cambio, de un crimen o de un lugar acasarado, es querido joven abogado, quizás, lo más fascinante de todo.

Pronto viene la segunda tarea: el diagnostico.

 Cuantas malas noticias tiene que dar un abogado, cuando concluye que no hay vías para que el cliente se salve de lo que teme o consiga lo que desea.

El buen trabajo de abogado produce buenas sentencias, porque habrá exigido del Juez la búsqueda del mejor argumento en Derecho.

La jurisprudencia no es sino un compendio de criterios que han ganado reiteradamente juicios.

El buen abogado es el que sabe distinguir los principios jurídicos, sólidos y duraderos, de las ocurrencias.

Justicia, defensa y argumentos, queridos jóvenes abogados, y no negocio, empecinamiento y ardides, esas son las marca de un buen abogado.

Desde mi perspectiva de tantos años de trabajo, quiero deciros que no hay mejor corporativismo que la convicción en la propia dignidad: la que tenemos quienes a diario apostillamos nuestros escritos con la expresión “Es justo”; la que tenemos quienes, en el marco privilegiado de la contradicción y la libre competencia de argumentos dentro del proceso, uno contra otro, cooperamos dialécticamente para que el juez encuentre la mejor solución para el caso.

Y termino hablando de viejos y abogados, porque ser “viejo” como yo a mis 100 años es convertirse en un “todavía”.

Así es como me veo hoy, como un “todavía”.

Digo esto sin ningún sentimiento trágico: más bien, como una experiencia privilegiada.

Porque estoy hablando de vida: de una vida larga e intensa y del tiempo que nos va trayendo a cada uno a cada día que amanece.

Amanece todavía, cada día. Llegan todavía clientes a depositar problemas en mi despacho.

Todavía me intereso por nuevas leyes y nuevas sentencias.

También todavía me hago preguntas, y no pocas sigo sin poder responderlas del todo todavía.

Todavía siento curiosidad por lo que ocurre, por lo que dicen que sucede, por lo que tememos y queremos que venga.

Soy muy afortunado y, francamente, no tengo ninguna prisa en dejar de ser un todavía…»

Entrevista Liaño Flores

Entrevista realizada para REFERENTES® de LETRADOX® Abogados

por los letrados doña Mercedes de Parada y don Marcos Rivas.

Abril 2022.

Entrevista Liaño Flores